Las editoriales de entregas por fascículos, los gimnasios, las academias de idiomas saben por experiencia que la vuelta de las vacaciones de verano y principio de año, constituyen los momentos del año en los que todos nos volcamos con nuestros propósitos de empezar a hacer ejercicio, de retomar la dieta, de dejar de fumar, de aprender inglés, de coleccionar, de ahorrar, etc., etc., etc.; son los momentos del año de fijación de buenos propósitos.
¿Y por qué se produce semejante fenómeno social?, ¿Cuáles son las razones por las cuales este año también te hayas fijado unos propósitos de mejora? Pues la razón es sencilla.
El 31 de agosto y el 1 de septiembre, constituyen fechas psicológicas de cierre de etapa y de apertura de una nueva; fechas que marcan un hito en nuestro camino, que nos sirven para tomar referencias y poder hacer balance. Es el momento en el que pasamos por el tamiz de la realidad cuál es nuestro verdadera situación y nos planteamos dónde queremos estar, y en consecuencia qué es lo que tenemos que hacer para poder estar donde deseamos llegar; es el momento en que constatamos las perniciosas consecuencias de nuestra falta de acción, de nuestra falta de ejercicio, en el que constatamos que estamos más gordos…, urgiéndonos ello a volver a tomar cartas en el asunto. Es el momento del año en que nos revelamos contra esta sin razón de que no seamos capaces de gobernar nuestras vidas y conseguir hacer aquello que consideramos importante para nosotros, reconociendo en el curso que empieza, una nueva oportunidad, una tabla rasa para enmendarnos y también atender esa necesidad que todos tenemos de superarnos.
Pero, ¿Por qué entonces no somos capaces de cumplir con los buenos propósitos que todos asumimos a la vuelta de las vacaciones de verano? La principal explicación es ésta:
Por naturaleza, somos seres de costumbres, y así, nuestros hábitos, en este caso, nuestros malos hábitos o la falta de los buenos hábitos, determinan de forma inconsciente cómo actuamos. La clave está pues en poner nuestra atención en crearnos un hábito positivo que sustituya a la falta de buenos hábitos o los malos hábitos que queremos sustituir. Volvemos a comer mal cuando no llegamos a instaurar hábitos de alimentación saludable.
Lo que hay que hacer es pues, centrarnos durante 21 días seguidos, que es el tiempo que se estima se requiere para instaurar un hábito, en reforzar aquella rutina, aquel hábito que queremos que forme parte de nuestro día a día, y poco a poco, rutina a rutina, ir actuando consistentemente en el tiempo de la forma que queremos y que sabemos que nos permitirá lograr nuestro objetivo, para el hábito. La clave está en crear hábito a hábito, rutinas que nos acerquen a nuestro objetivo.
Eso es lo que hacen los deportistas.
La clave está en lograr ir al gimnasio de forma rutinaria durante al menos 3 semanas, o comer una ensalada como primer plato durante tres semanas, de modo que llegue un momento en que los buenos hábitos tiren de ti, y se produzca la paradoja de que ya no te sientes bien si no vas al gimnasio, o si no comes una ensalada de primero.
Como dice el dicho, los hábitos pueden ser tu peor amo o tu mejor sirviente. Actúa como aquellos que logran todo lo que se proponen e instaura poco a poco, hábito a hábito, aquellas rutinas que te llevarán al éxito, sin esfuerzo (después de esos 21 días, claro…)
Para que esta vez sí puedas cumplir con tus buenos propósitos céntrate en crear hábitos beneficiosos que sustituyan los hábitos perniciosos que ahora te lastran. ¡Esta vez, sí!